Han pasado ya más de cuatro años desde que algunos aficionados al cine fantástico o de terror encontraran ciertas páginas en la red, las cuales publicitaban un título enigmático que generaba grandes expectativas. El secretismo alrededor del film aumentó rápidamente su popularidad, y muchos susurraban de que se trataría de una película sobre la cosmogonía de H.P. Lovecraft o algo parecido. Otros especulaban sobre la posibilidad de ser un subproducto de la serie Lost. Salieron a la luz diversas webs interrelacionadas en las que podían encontrarse fotografías de jóvenes en una fiesta, juegos en los que se ofrecían pistas, e incluso podía escucharse un rugido de fondo. Sin embargo, el productor, J.J. Abrams, anunció que sólo una de ellas era oficial. Este tipo de trucos ya habían sido utilizados por Abrams en Lost, como el uso de números misteriosos. En el caso de Cloverfield, estos números resultaron ser la fecha de estreno.Se llevaron a cabo varias campañas mientras el nombre de la película aún no era claro. El marketing viral no se centraba en los protagonistas, sino que creaba una realidad alternativa, haciendo referencia a la bebida Slusho! y la compañía ficticia Tagruato.
Es obvio que éste tipo de marketing fue un exito en cuanto a la creación de expectativas y la recaudación en taquilla. Para el espectador supone un mecanismo de evasión ociosa: se siente atraído por los enigmas que se le proponen, y durante meses resuelve acertijos o relaciona elementos que después cristalizarán durante la película. No sólo es un marketing viral como tal, sino que supone la construcción de una realidad alternativa en que el receptor reconstruye a partir de diversos retazos. Éste sistema es muy similar a lo que un juego de rol propone: significa una fuga de la realidad hacia la apertura de un enorme espectro de posibilidades virtuales que experimentar interiormente.
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